PEREGRINAR
MDH Ramón Larrañaga Torróntegui
Los hombres o mujeres que engañan y muestran sus trofeos orgullosos a los amigos (as), creen ser superiores. La vanidad, el orgullo, el daño, frustración los acompaña. No son dueños de nada y creen poseerlo todo. Se mueven en el placer, desaparecen dejando heridas. No entregan amor ni saben dejarse querer.
Estamos para amar al prójimo, ser para nosotros y los demás, sea como sea, en la adversidad y en la plenitud. Se apoya al señalar caminos, dar esperanza, fe, rumbo y al final sentirse satisfecho. Basta una caricia, una palabra de aliento para refrescar el alma y sirva de inspiración divina. Es su resonancia la melodía que se desea estar escuchando, que inspire amor, se envuelva en las fibras del corazón y haga estallar los sentimientos. La decisión está en cada uno de nosotros para que ¡No! renunciemos y posteriormente en el silencio de la soledad se lamente. Basta un saludo, frase amable, es la oportunidad y el no hacerlo una perdida acumulable.
Los pequeños detalles van abonando, se encargan en bañar los desagravios, hacer que la vida se mire hermosa en un amanecer o atardecer, es cada palabra esa llama que acerca o aleja, es combustión para la sana convivencia y genera malestar. Compartir para vivir es extinguir de la boca palabras que generen confusión sentimental. Ofender apaga sin contemplación la buena voluntad al grado que después de soltar se vuelve vano corregirlo. Dominar la palabra desgastante, es escuchar los latidos del corazón, el silencio de las almas. Respetar es hacer un hueco para que caigan los malos señalamientos y no puedan flotar hasta la boca.
Acariciar con palabras, es alegría latente, energía sutil capaz en despertar al corazón forjando que aspire existir, sacando ese veneno que ha amargado su vida y logre ver lo que por sus conflictos perdió de vista. Es rodear de inspiración un ser atormentado, el cual cegó su alma y en su rutina se ha visto abarcado por los malos sentimientos. La palabra que acaricia, es buena, propicia sacar, expulsa lo hiriente, lo que duele, el dolor aprendido permitiendo que otros seres empiecen a importar. Nadie retiene a nadie, cuando de marchar se trata, da igual lo que se diga o se haya hecho. Se señala lo malo, se guarda lo bueno por eso duele, se pierde la confianza y, se generaliza al temer.
Años dedicamos a encontrar la esencia en lo que somos y en ese transitar egocéntrico argumentamos merecer las posiciones o cosas que ocupamos o creemos se necesitan para ser feliz. Encontramos el amor y estamos consientes que es lo que buscábamos, se está seguro que es el alma necesaria, la que ofrece seguridad, una sola alma un solo cuerpo. Está claro que llego porque la merecemos y aunque a veces la dejamos marchar justificando que no aporto lo que esperábamos o dimos más de lo que la otra persona se merecía.
No reconocemos en ese convivir el verdadero amor, capaz en hacernos volar seguros. Quien pierde en esa sin razón se hace a un lado dejando el camino libre, solo sus sentimientos no logran alejarse puesto que han demostrado que aman y sienten que dejan libre a plenitud el amor por esa persona. Dar lo mejor de uno, no está al alcance del entendimiento de la persona egocéntrica, vanidosa. Soltar es un acto de amor al ver la madurez en esa percepción en ser mejor persona.
La queja es: La vida se va muy rápido y, no devuelve lo que quita, ni lo que se ha dado es valorado. Es ese momento en que se para a valorar, se da inicio a la idea en que no volverá a suceder pero antes de lo que se espera está de nuevo presente, dominando decisiones, sacando lagrimas, abofeteando corduras.
Los que ven desde fuera dan cuenta de etiquetas según su percepción y lo llaman inseguridad, a quien queda fijado a una persona que no termina en darle su lugar. Hay daños en una relación que jamás se olvidan, se llega incluso a despreciar a la persona de quien se estaba enamorada, es ese algo que no se olvida y no cicatriza. Se percibe en los ojos de la persona su desconfianza, miedo a ser nuevamente engañada. Todo es producto de una falta en sinceridad en no reconocer lo engreído que se puede llegar a ser. A nadie gusta ser desvalorada en dignidad o sentimientos y quien así lo hace, va destrozando los sentimientos, deja sin sentido práctico el destino a retomar quedando en el camino lo que fue el gran encuentro de dos almas. Confundir amor con placer da como resultado final odio y, señalamientos.