LOS AÑOS
MDH Ramón Larrañaga Torróntegui
Melancolía: Es un instante de fuga presente que evade cruzar los recuerdos como si fuera un rio con aguas embravecidas después de varias tormentas. Es instante de cosas presentes las cuales no atrevemos a tocar prefiriendo mantenerlas alejadas, seguras para que no escapen por la boca y oído ajeno la escuche. Quisiera como los pájaros remontar el vuelo cantando y sonriendo para llenar de aire fresco los sentidos y en ese vuelo desde lo alto poder escuchar más allá de los propios sentidos la imaginaria dicha placentera que produce la libertad.
Poder cruzar ríos, selvas acompañado de la imaginación situándome sobre la montaña antes que verme en el fango de la arena cosquillosa que cala el pie aprisionado y se convierte en polvo en época de secas. Estoy, aquí y ahora bajo el manto de las estrellas de invierno bajo la brisa de un amanecer en un espacio donde surgen las preguntas y son nulas sus respuestas, tal vez por poco tiempo tan corto como dura ingerir un vaso de agua, la imagen en un espejo, el fondo de un recuerdo. Un vaso de agua que atraviesa la garganta, baja por el esófago sin saciar la sed, un aire helado que penetra los pulmones.
Surgen las preguntas caprichosas, regresan al ser para ser rescatadas del rincón a veces agresivas arrancando desde lo profundo un malestar, una ausencia con sabor a dolor en otras cariñosas ambas sin poder quitarse de la cabeza. En un tiempo servían para curar las heridas, otras empapan el alma de congoja, ambas caén arrulladas por sentimientos inexplicables, unas claras otras oscuras en ese vaivén en sentimientos por los que transita la vida la cual va y viene, escapa, y se deja atrapar irremediablemente para vivir y compartir lo distinto entre seres. Una nostálgica queda atrapada dentro, luego otra se despide, se va sin que sepamos para donde ni el porqué, en la lectura que inicia como aventura entre el cruce de miradas, el viento suspirante y su momento que no se sabe si estas o no estás siendo.
El vaso de agua en amor no es capaz en calmar una sed cuando se sabe que estas en el desierto incierto de su relación, en su ritmo galopante y desgastante. En ese ocaso de los años y sus repercusiones anteriores. Ya no es fácil volar y atravesar el rio, ni volar sobre las montañas. En ese ocaso, decides no soltar la única rama que sostiene un inevitable arrastre rio abajo. Ser joven es hermoso en plumaje podías detener el rio con las manos alimentando la sed en cualquier ojo de agua sin temor a fracasar. La vida siguió sobre las vías del tiempo sin que supieras para en donde te llevaba o cuando pararía, mientras su pasajero se dedicaba a tejer sueños. Lo hacía no con las manos sino con el corazón.
Dejabas que el tiempo hiciera su parte, especulando que jamás llegaría el tiempo en que se cuestionara la misma pregunta que cuando joven evadía, era selectiva, audaz, intrépida, sabia conquistar con una sola mirada.- Los ojos se empezaron a secar, las decisiones a escasear, los momentos en espacios muertos y su cuerpo empezó a gritar, no ser capaz en correr, en caminar firme. El recuerdo, el vuelo y el poder añorado que la juventud provee. Hoy escucha la respiración interna de un alma que desea reencontrarse con la vida eterna, en su pasado y presente apretando las manos para que el tiempo no se lleve los últimos años como los abrazos de sus gentes que se fueron.
Es en ese instante cuando comprende lo que la vida se ha encargado en darle, quitarle, la lucha ganada y perdida. Deja en ser y pasa a ser parte del silencio del espacio, su horizonte que fue juzgando y despareciendo entre lo que contenías y fue quedando. Volar sobre esos aires en absoluta libertad dándose cuenta de lo que existe, lo que conocio, valió la pena, el presente, estar en paz, alegre sintiendo lo que se le está dando para ser sentido, y tratar de evitarlo, se estará resistiendo a lo que ya es, dejando en ser. Eso que lo abraza todo para volver a ser la niña (o) que no estaba en conflictos con lo que hoy está viviendo.
Esa resistencia a lo que ya se es, se fue, es en última instancia lo que produce todo sufrimiento. Y no tiene nada de malo. Si es lo que ya hay, vivámoslo, respetémoslo. Es nuestro proceso.Para los jóvenes las veredas son de ida y vuelta, para los adultos su camino no tiene vuelta. A los ancianos les queda poco tiempo. Es cuando deseamos poder voltear la cara hacia otro lado deseando escapar al destino.