Por J.Humberto Cossío R.
La noche del 31 de diciembre es muy especial y esperada por la inmensa mayoría de los mexicanos y del mundo entero.
Hay grandes concentraciones en la ciudad de México, en New York, en Londres, Paris, Tokio, Hong Kong y en todas las grandes ciudades del mundo. En Sinaloa esperamos en plan de fiesta, que nuestros relojes marquen las doce de la noche para brincar a darnos el abrazo de bienvenida al nuevo año.
En Culiacán he vivido 47 años.
La última noche del 2017 no fue fría. Eso me permitió contemplar el firmamento que lucía despejado y con bastante luna que iluminaba nuestro cielo.
Esta vez noté algo y no sabía de qué se trataba. Por más vueltas que daba, de la sala de mi casa a la calle, no caía en cuenta de lo que ocurría.
Treinta minutos para las doce, fue la última vez que me asomé a contemplar el universo y luego ya no abandoné la sala de mi hogar.
Llegaron las doce campanadas y con una copa de sidra en mano, esta vez no hubo champaña, brindamos todos por el futuro, que aunque incierto, esperamos siempre que nos traiga bondades y nos aleje las desgracias.
Pasada la una de la mañana me rendí al cansancio.
Pero a mi cama, llegue con una angustia que bullía en mi mente y me hacía dar vueltas sin poder conciliar el sueño.
No sé cuándo me dormí. Lo hice sin cargas en la mente, y con la satisfacción de haber cumplido con mis expectativas del año, que pasó a formar parte de la historia de la humanidad.
Soy de los que se levantan temprano y esta vez no fue la excepción.
En punto de las seis de la mañana, salté de la cama y al no tener que enviar mi comentario diario, tomé un libro y en mi sala busqué darle mate a varias páginas.
De nuevo mi mente dio un repaso a lo que me traía inquieto desde la noche anterior, y llegó el momento en que todo se hizo presente y no pude menos que sonreír para mis adentros.
Tantas vueltas, del interior de mi casa a la calle en la noche vieja, y nunca pude determinar lo que mis ojos observaban y que mi mente se negó a procesar.
La noche del treinta y uno, no hubo aves surcando los cielos de Culiacán.
Esa fue la rareza y comenzaron los planteamientos mentales para determinar la causa que originó la ausencia de múrcielagos, tecolotes, lechuzas, pichiguilas y toda clase de pajarracos que surcan los vientos por las noches.
La resolución del problema siempre estuvo a mi vista, pero faltaba el raciocinio que motivara el juicio final.
Al caer la noche del 31,ya con el cerebro nublado por bebidas espirituosas y ayudadas por sustancias que nada tienen de alcohol y que se meten por las venas, nariz o garganta, toman sus cuernos o fusiles y pistolas de cualesquier calibre y comienzan a quemar parque.
Por eso no hubo aves que surcaran los cielos el último día del año.
Supieron lo que iba a suceder y no abandonaron sus nidos.
Es la peor balacera que me haya tocado escuchar en Culiacán.
Cientos de miles de cartuchos se percutieron y causaron un infernal concierto para seguirnos atemorizando.
Las aves son muy inteligentes y no expusieron su vida.
Hasta en eso influyen los de la delincuencia organizada.
Hasta mañana.
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