Por: Georgina López
Haciendo fila en el aeropuerto de Roma, escucho que me preguntan, ¿ésta es la fila para documentar a Madrid? siiii, contesto, volteó y ante mi, veo a un sacerdote.
A mi manera, empiezo a platicar con él, le llueven las preguntas, un día antes había acudido a la Audiencia Papal, se imaginan todas mis inquietudes, atento y educado me escuchó y aclaró todos mis cuestionamientos, después me entero que es Obispo de la ciudad Azul en Buenos Aires, Argentina y le digo yo creía que era padre y sólo sonrió.
La plática continuó, él y el Papa Francisco I., son amigos; los dos son argentinos e hicieron su carrera sacerdotal juntos y cada año viene a Roma. También me comentó que ese día acudió a la misa que oficia el Papa donde vive en Santa Martha, en el Vaticano, y le digo ay padre de haberlo conocido antes, él también estuvo presente en la Audiencia, entre los invitados que acompañan muy cerca al Papa.
Una vez que documentamos, lo abracé y le di un beso en la mejilla, me despedí no sin antes de que me diera su bendición y le dije: al rato nos volvemos a ver antes de abordar, llevamos el mismo destino y él asintió con la cabeza.
Minutos antes de abordar estaba haciendo fila junto con Edgar y Diana, mis hijos de viaje, y les dije: “ahorita vengo, voy con el Benjita, (mi marido) quién estaba sentado por la molestia en sus rodillas. Estaba platicando con mi esposo cuando escucho a mis espaldas: “¡ hola!, esto es para usted”, volteo y era el Obispo Hugo Manuel Salaberry, y en su mano extendida hacía mí vi una caja blanca aterciopelada. La tomé, la abrí y era un bello rosario de perlas con el sello del Vaticano tanto en la caja en la parte de atrás del crucifijo y en la medalla, mis ojos ya estaban llenos de lágrimas, por la emoción y la alegría, le doy las gracias y lo abrazo y me dice: está bendecido por el Santo Padre y quiero que usted lo tenga y me da su bendición nuevamente.
Me bloqueé totalmente, lloré y reí; mi marido, el Benjita se levantó y me abrazó.
Cuando reaccioné, abordó el avión y no alcancé siquiera a tomarme una foto con él.
Cuando llegamos a Madrid ya no nos vimos, él iba a una sala y nosotros a otra.
Llegando a mi casita en Mazatlán me di a la tarea de buscarlo por internet, lo encontré y hoy les comparto su foto y esta maravillosa experiencia.
¡Que forma tan bella de saber que Dios nos acompañó en todo momento, cerrando de esta maravillosa manera el viaje tan deseado y añorado, pero sobre todo realizado!.
Saben que estoy escribiendo y llorando de emoción todavía al recordar. Por eso les digo cerrando con broche de oro.