ALCOHOL
MDH Ramón Larrañaga Tottóntegui
Dichos populares: No hay borracho que trague lumbre.- Los niños y los borrachos dicen la verdad.- La escusa si no es parada a tiempo, se convierte en enfermedad, es hermana de la demora y su primo es el fracaso.Si un escritor abomina de la literatura entonces refugiarse en el vino o en los placeres más mundanos tiene sentido: es una manera de olvidarse de su enfermedad y sacar frustraciones que jamás se atrevería hacerlo en sus cinco sentidos.
En cambio, reunir la familia con exceso en bebida en una convivencia amorosa me parece un desplante ingenuo; un matrimonio que terminara en divorcio. Es un contrasentido beber pensando que este acto estimulará el amor familiar. La angustia como causa primera de ese deseo de construir significado, de comunicarse, se mantiene intacta aun bebiendo una botella. El exceso en bebida vislumbra un mundo más generoso o menos vulgar que lo real, pone arriba del altar un loco o un santo. Una gran mayoría de personas les encanta la bebida, pocos los que dicen no.
Los laberintos sicológicos en muchos casos no se ven ni estimulados ni reducidos a causa del vino, se recorren con desinterés o desesperación, pero siguen siendo los mismos, mientras beben. Los borrachos no deberían ni escribir en face o watts, ni hacer promesas, de ambas cosas seguramente se arrepentirá. El impulso de escribir o, de construir sentido, de enviar mensajes que deban ser interpretados. De todas maneras el borracho no puede anular ese impulso insano de comunicarse, de enredarse en las fantasías.
Mientras el alcohol no se proponga como un salvoconducto para otra vida, entonces el impulso de escribir a la persona deseada permanecerá intacto: cuando un bebedor extremo es capaz de aniquilar ese impulso se ha convertido en un santo y ya no necesita de la comunicación. Quizás esa cursilería no sea más que una coartada de los simplones que la toman como pretexto para seguir emborrachándose. Como si en verdad pudieran ser sujetos de amor en una relación que ellos no crearon. A mí me intrigan más los que no pueden desembarazarse de escribir textos atrevidos cuando andan en ese estado.
Esto incumbe puesto que el vicio nos hace atravesar puertas sin ser empujados. Entras con salida inesperada para enfrentar a una realidad que obliga a guardar silencio. El vicio encierra las palabras para quedar detrás de cierto umbral que guarda ese hecho en un momento desconocido y termina en asustar el prejuicio de la cruda. Beber en exceso por una noche puede tener desastrosas consecuencias. Olvidar nombres, amigos, cultura, finas maneras y al final el sentirse el ser humano más miserable.
En contraparte, el borracho sin prejuicios, en sus momentos de mayor decadencia, comienza a sumirse en una suerte de placentero olvido memorable. Se libera de las cadenas porque las palabras a su vez pierden cuerpo y abandonan su sitio de los significados comunes cayendo en lo vulgar al perder el miedo. No sé hasta qué punto tiene consecuencias el que casi todos los humanos seamos borrachos.
Abandonar la bebida es un asunto en realidad difícil, cuesta voluntad. Un boxeador mexicano, Rubén Olivares “El púas”, sostenía que a pesar de haber bebido alcohol durante sus últimos 20 años no había adquirido el vicio, incluso algunas de sus peleas las realizo alcoholizado. En cambio, hay personas que no pueden dejar la bebida y según toman para inspirarse, relajarse, quitar el estrés. Ni en broma pueden sacudirse ese equivocado vicio que continúan explotando aún en una época que les perdió el respeto y en la que muy pocos los toman en consideración a ellos se les conoce como alcohólicos empedernidos.
La mayoría de los alcohólicos se van quedando solos, no hacen caso a su estomago, riñón, pulmón y corazón, nunca se retiran. Por el contrario, aumentan el consumo y bajan la calidad del tipo de alcohol a consumir por falta de dinero, son imprudentes, no pueden detenerse porque en esencia son almas llenas de fisuras que van cayendo y cuya vida transita cismática, promiscua, y curiosa. Los bebedores extremos y drogadictos pueden llegar a ser santos porque en su alucinación alcohólica o drogas, traspasan puertas, vislumbran otras realidades o, al menos, salen de sus entornos a mirar la muerte.
Una debilidad los lleva a mentir para no hacer algo o para evadir la responsabilidad y usa frases como ahora no tengo tiempo. Llama la atención aquellas personas que aseguran no han tenido suerte ¿Cuántas veces lo han intentado? La actitud con la que lo hicieron era de optimismo, fracasaron la primera y no aprendieron el cómo enfrentarla en la segunda. Existía voluntad, indecisión y desde un principio pensaron que no podrían hacerlo.- Confianza en si mismo. Nadie se engaña a sí mismo, uno sabe que se tiene que enfrentar tarde o temprano con su realidad.