HUECO SENTIMENTAL
MDH Ramón Larrañaga Torróntegui
Todos merecemos una oportunidad para amar y ser amados, entregar lo mejor cada cual sin quedarnos con nada guardado. Si al final del día la otra persona nos ama por ese instante valdrá la pena, si no se logra al igual terminaremos tranquilos, felices sabedores que se intento con la fuerza que fortalece el alma, con el potencial derramado. El camino no quiso despejarse, no dio para más. Recordemos que el amor es entre dos, no de tres, ni de uno y cuando se da lo mejor se siente libre, feliz, tranquilo con nuestra alma.
La soledad no es solo propia de los seres humanos quienes requieren valentía para hacerlo, la buscan los enamorados que han sido abandonados, es el lugar perfecto para quien se siente desmotivado, avergonzado o anda en busca de reflexionar. En otros es producto de una enfermedad, un trauma, un momento de la vida que hace queramos estar solos, rechacemos el bullicio. No es que se esté huyendo sino es el hecho de sacar provecho en un remanso de tranquilidad. Cualquiera en cierto momento anhela la soledad, esa experiencia sabrosa donde se deja fuera un instante a todo mundo y dedicamos a sacar los archivos guardados.
La vida nos empapa, remoja y permite secarnos en un rincón para volver al sol comprendiendo mejor lo que nos pasa, capaces en enfrentar los desafíos.
Es difícil cuando se sufre en daño sentimental, quien ha resistido este mal, sabe de lo que hablo, es eso que no supimos ganarlo a pulso y nos abandona sin decir adiós, ese episodio en el cual se pierde la cordura y el juicio se esfuma porque el interesado nos borro de su vida o intenta borrarnos. Nos ocultamos, tememos nos desacredite, buscamos cierta compañía para sentirnos mejor al platicar pero en el fondo del alma es un infierno que resulta difícil aclarar aunque se intente. La paz se vuelve se prisionera de la molestia, el anhelo se esfuma como el sueño hasta el punto en no dejar de dormir.
Desde la más tierna infancia nos vamos formando una idea de lo que se debe y no se obliga querer o necesitar. Aceptarnos imposiciones familiares, nos resignamos y abonamos a nuestras virtudes y defectos, con nuestras necesidades y fortalezas, es entonces, cuando el lugar de donde creemos partir para regresar al lugar en donde estamos.
Observamos los caminos sencillos, sin mentiras. Agitamos el corazón para que se enamore y cada cierto tiempo nos quedamos con la mente llena en aire y el corazón a punto de estallar. Agitamos los dedos tememos quedarnos con la mano en el aire sin contestación. Está muy bien querer ser feliz, perseguir la felicidad, incluso desearla para los demás, siempre y, cuando no nos sea impuesta. Si lo es, no es amor al obligar hacerlo, lo hermoso es la libertad para querer a quien nosotros sientamos, sea compatible y de felicidad, paz, armonía, libertad sin choques de frustración, ansiedad, imposición.
Buscas la soledad y su infierno desbarata todo tipo de fantasías. Deseas en el recuerdo perpetuar momentos pero los sentimientos mueven las lágrimas, caen a tierra con amarga profecía, es la vida con ojos resentidos que vive esperando un cambio que no se llegara, un sueño esfumado, una voluntad perdida. Lejos queda lo que eras, deseabas, imaginabas incluso se marcha el placer al imaginarlo feliz con otra persona y usted sola se ha quedado. Así, es como uno se siente, el perfecto abandonado, el que creía que jamás pasaría por esto, pero la vida no tiene la imaginación suficiente y se depende de otras vidas para armonizar el alma.
La vida es corta, fugaz, amable pero tiene momentos donde se confabulan todas las fuerzas y rápido nos sacan del camino, nos borran del sitio de confort en el que estábamos, nos mueve y hacen dependientes, nos hace ir y venir entre amores de un lado al otro del océano sentimental y quedamos en cierto instante inmóviles con nuestra soledad creyendo ser víctimas de un juego el cual no supimos jugar y fuimos expulsados. Da igual que salir de la soledad o nos quedar pegados a la misma la vida seguirá su fiesta con nosotros o sin.
Cuando se presenta la felicidad, se descubre que es dañina la rutina cotidiana, los sueños se ríen de nosotros, descubrimos que tener a la persona y vivir en sus sentimientos no es lo mismo, y que un poco que valga la pena es mucho si se deja ver de vez en cuando. La felicidad es como una mujer que se disfruta su compañía, nos hace alegre la vida, con vida propia, hace sentir, no le puedes decir que no. Saborearla es añorarla, e inevitablemente poder perderla, cargándola en el recuerdo. La felicidad es libre de entrar y salir en mi vida no quiere decir que yo no pueda cortejarla, hacerle un hueco, facilitarle el trabajo.