Locuras
MDH Ramón Larrañaga Torróntegui
El taxi va por la calle Aquiles Serdán. Circula por la derecha y, antes de llegar a la Melchor Ocampo, cambia de carril porque se encuentra con otro vehículo parado en doble fila. Por desidia o acaso por una distracción que no debió ocurrir, el chofer no anuncia la maniobra y le cierra el paso a otro auto que viene detrás. ¡Sale el diablo a relucir! De inmediato se arma uno de esos intercambios verbales tan típicos en las calles Mazatlecas a raíz del congestionamiento por que todas las calles del centro están totalmente destrozadas desde hace siete meses.
Por si esto no fuera suficiente se deja venir un carro en reversa desde la calle Melchor Ocampo y esto debido a que se metió por ella y antes de llegar a la esquina con teniente Azueta se encontró con que estaba cerrada y sin señalamiento. Regresando a los dos primeros conductores se empiezan a endilgar uno a otro lo mala que son sus madres; mientras frenan el tránsito con absoluta impunidad y ponen en riesgo la vida de los otros conductores, sin que a ninguno de los dos les importe nada ni nadie.
Soy un conductor que quedo atrás de ambos y ya no pudo circular porque los señores se mentaban el diez de mayo en soprano, que era un contento. Me quede pensando en ese repetido episodio cotidiano ¿Lo que ocasiona el congestionamiento vial? ¿Ambos no se equivocaran jamás al conducir? Me permito dudarlo. Observo que en el carro particular va una nena de unos diez años, probablemente su hija que. – Es obvio, escucha todas las barbaridades que se gritan “El taxista y lo que el padre de familia le respondió, en ambos casos sobre sus madres ¡pobres doñas, que culpa tienen! Como tantas veces, pienso en lo inútil que resulta discutir con alguien en la calle por un incidente de tránsito, pero con el sol a todo lo que quema, se calienta la sangre.
Inútil, nunca lleva a nada. Incluso me ha ocurrido que después de cometer un error mientras manejaba pedí disculpas a la víctima de mi mala maniobra y a cambio no recibí más que una estupenda y visceral regañada. ¿Será que quienes se enojan nunca se equivocan? Una vez más me permito dudarlo mientras el taxi por fin sigue su marcha.
Estamos en Juan Carrasco y Zaragoza. El semáforo que tenemos delante se ha puesto en rojo y los vehículos que tienen luz verde comienzan a moverse, pero por la Zaragoza un auto con logotipo de transito cruza ignorando la señal de detenerse, dentro van dos agentes platicando. El que frena en seco para no chocar es el mismo señor que antes descargó un arsenal de insultos contra el chofer del taxi, indignado porque éste le cerró el paso y para su mal día, ahora es una patrulla de transito. El transito se bajo de la patrulla le ordeno que se orillara y empezó el acoso “Su acta de bautismo, etc.”, intimidación, papeles.- Grave, no.- El de la patrulla comete el error y hace culpable.- Esto es más delicado que lo del taxista.
¿Estará es su esencia pedir disculpa un tránsito o nunca se equivocan?, o ¿Se habrá acordado también de sus madres? Así somos, la charola da fuero y poder. Todo el tiempo les reprochamos a los demás cosas que no tardamos en hacer nosotros. Incultos e intolerantes, vamos por la ciudad con el índice levantado y la lengua cargada para disparar, sin la más mínima dosis de autocrítica. Les exigimos a los otros que hagan lo que nosotros no hacemos he imponemos el criterio aunque este sea completamente erróneo.
Mientras observaba un partido de fútbol el árbitro marco un penalti.- El que lo tiro y marco salió corriendo como desaforado festejando una gran hazaña. Eso lo hace cualquier chamaco, no le encuentro gracia y no entiendo para que arranque como loco por todo el campo con los brazos en alto, enviando besos con los dedos en cruz a las nubes ¿Qué festeja? ¿Un gol regalado?, Como si esto fuera lo máximo en la vida. No, en otros tiempos eso no pasaba. Penal bien pateado es gol, y se supone que quien juega al fútbol sabe aporrear, sino que está haciendo ahí. Además es tan fácil someter a ese pobre arquero, con su única y pobrísima humanidad en ese rectángulo gigante de más de 7 metros de ancho por más de 2 de alto. Festejar una cosa tan fácil, sino saben hacer otra cosa (Ni a la escuela asistieron) se podría entender cierto circo mediático que de alguna manera obliga a un lucimiento ante las innumerables cámaras de TV que sólo buscan tal irrepetible momento, y sobre todo a la filosofía preponderante que pregona que ganar es lo único que importa.
Por eso el fútbol y el box, se ve que está todo arreglado, ya se vio en la pelea del Canelo, la dieron empate y ganaron los apostadores. ¿Será que es negocio, y que el fútbol y el box ya no tienen lucha? La verdad que veo jodido el futuro del fútbol mexicano, aunque todo seguirá igual, no creo que mejoren, se mantendrán con el orgullo herido y las bravuconadas. Deporte manipulado que no pierde afición. Después de todo no sería tan grave ver perder nuevamente a la selección o festejar que le regalen un penalti para que se vea un poco decorosa y puedan sus seguidores alardear que salvaron a México.