ARMONIZAR
MDH Ramón Larrañaga Torróntegui
Era una noche cerrada y, al pie de cama un caballo negro hermoso con silla plateada me observaba. Decidí montarlo yendo al monte. Al pasar frente al panteón la brisa de una tormenta empezó arreciar, con ella el viento y una lluvia furiosa con remolinos y rayos estruendosos se hizo presente. La tormenta se desato implacable, tan feroz que tuve que parar sobre el marco de la puerta del panteón. El viento, la lluvia, los rayos seguían de repente sentí un chispazo y caí sin darme cuenta.
Al recuperar el sentido me di cuenta que estaba en un lugar desconocido, el caballo seguía a mi lado, me levante y lo monte nuevamente. Galope sin rumbo. Estaba perdido desconocía el lugar, me había alejado del panteón, eso me inquietaba. No sabía hacia dónde dirigir la rienda, ni lo que había pasado. Sujete la mano izquierda en la cabeza de silla y con la otra lo forcé a trotar dando con los talones a su vientre apresurando la marcha.
En un instante la tormenta había pasado, el cielo se mostraba despejado, no había charcos sobre la tierra, yo, estaba sano a lomo del caballo. Al mirar a los lados todo era inédito. Arrebatado por el miedo, la fe en esos momentos desesperados lance una plegaria a mi santo preferido. Le dije.- No sé donde estoy, ni como llegue aquí, ni lo que esta pasándome, estoy perdido en la nada.- Observe una luz en la cima de un cerro, en busca de orientación dirigí el corcel. Desde ahí pude reconocer a lo lejos el panteón, ya no estaba perdido.
En un punto se observaba el pueblo, y tome ese camino. –En ese instante desperté.- El caballo ya no estaba, yo completamente sano, la mente funcionaba haciéndome entrar en razón que todo había sido un sueño y que la tormenta jamás existió. El caballo se esfumo, la tormenta de ese sueño, dejo la enseñanza que la voz de la conciencia esta perennemente presente por más perdidos que nos encontremos, siempre llegara la calma y, en ese momento no olvide jamás tener fe. Todo camino tiene un inicio y un final en el cual en una parte del mismo nos sentiremos perdidos pero no por ello se pierde el rumbo.
Armonizar con las personas es tarea sumamente difícil, algunos lo atribuyen a la época en la que estamos viviendo y sus múltiples necesidades no cubiertas y que el convivir en armonía es difícil inclusive se advierte el rompimiento entre amigos por cosas simples. Las voces se levantan argumentando asuntos que a cada día hacen su aparición desde distintas posiciones. La gente se expresa mucho más fuerte sin necesidad aparente. La tradición en ser amable hasta con desconocidos cambio. Esto dio pie a la aparición de voces que anteriormente permanecían ocultas en silencio, pero también surgieron los especuladores quienes a rio revuelto aparecen por la ganancia aprovechándose del malestar social que existe. La discordia y la diatriba se están multiplicando a expensas de la ignorancia.
Lo valido es la formación con la ayuda de los otros para enfrentar cada uno de los problemas que nos genera conflicto y salir airoso de la situación sin lastimar a nadie o lo menos posible. Los lazos de amistad unen cuando se aprende a ser tolerante sin causar heridas que marquen cicatrices imborrables en el alma. La amistad se fortalece cuando se basa en sinceridad, cariño, ternura, apoyo, consejo sano evitando dañar con la palabra, gesto. No se pierde al caer, sino al asumir el juego de la sumisión. Se pierde la libertad, el acercamiento cariñoso, viviendo afectuosamente, cercano en la convivencia. Para todos los conflictos existe una mediana o sabia salida; es cuestión en poner esa parte afectuosa, recurso interno que exprese y permita el acercamiento.
Ayudarse a vivir la situación es de famila, amigo y aunque en ocasiones es difícil siempre existirá ese momento que lo permita. Quedarse en el mutismo aleja, deprime, enfurece y acumula rencor. La puerta para entrada de los conflictos es ancha, ofrece magnificas oportunidades, reconoce el momento exacto para forjarlo por ello hay que construir la fortaleza que permita enfrentarlo. Tener claro que la vida con otras personas es vivir en el conflicto constante y si deterioramos ese espacio su permanencia en tiempo será frecuente, lo que indica que parte del mismo lo es uno mismo quien ofrece la oportunidad para que se manifieste. Somos pequeños ante la situación manifiesta diaria y corresponde a uno mismo el prepararse para no estar indefenso cuando se presente, para ello debemos desarrollar el sentido común, la intuición, templanza, empatía, amabilidad, entre muchas otras cualidades.